El socialismo jamás ha abaratado los precios ni mejorado la accesibilidad económica. Jamás. El intervencionismo es la raíz de todos los problemas de inflación y escasez. Solo la competencia, los mercados abiertos y la tecnología pueden reducir los precios y aliviar los obstáculos creados por los gobiernos mediante regulaciones e impuestos asfixiantes.

Zohan Mamdani afirmó que «no hay problema lo suficientemente grande como para que el gobierno no pueda resolverlo». La evidencia demuestra lo contrario. No hay problema que la intervención gubernamental no agrave. La intervención gubernamental es la causa de las crisis inflacionarias, no la solución.

El gasto descontrolado imprime dinero y, inevitablemente, destruye el poder adquisitivo de la moneda, reduce los salarios reales y aumenta la inflación. Si a esto se le suman las regulaciones que limitan la competencia y la oferta asequible, y los impuestos que restan competitividad a las pequeñas empresas, las distorsiones creadas por la intervención gubernamental han generado una inflación crónica.

La explicación es sencilla. Los desafíos económicos exigen competencia, destrucción creativa y mercados abiertos para generar beneficios para todos los ciudadanos. Otorgar cada vez más poder económico a burócratas que no tienen nada que perder y que siempre recurren a impuestos más altos y mayor gasto público es la receta para el estancamiento y una crisis de deuda.

Mamdami no explica que la Francia socialista tiene el gobierno más grande de la OCDE, los impuestos más altos y una economía sumamente intervenida. Está estancada, sufre una profunda crisis de deuda, un alto costo de vida y un creciente descontento social. Y no solo Francia. La evidencia del fracaso del «estado social» es clara en Alemania, el Reino Unido, Canadá y muchas otras economías desarrolladas que olvidaron que la riqueza no es un pastel para repartir. O se crea o se destruye.

Muchos citan a China como ejemplo de socialismo exitoso. Sin embargo, China no demuestra que el socialismo funcione; demuestra que abandonarlo funciona. El sistema económico chino es lo que muchos socialistas, como Mamdani, Sanders o AOC, denominan «capitalismo desenfrenado». De hecho, algunos de los desafíos más complejos de China, como el exceso de capacidad productiva, provienen de la planificación centralizada estatal.

El problema radica en la idea de que el gobierno distribuye mejor la riqueza y la prosperidad que el mercado. La evidencia es contundente. Un gobierno intervencionista siempre gastará en exceso, invertirá mal y trasladará el costo a los contribuyentes y ciudadanos, ya que los políticos no sufren las consecuencias de sus errores. El socialismo siempre se justifica por sus supuestas buenas intenciones, mientras que el capitalismo se critica por sus peores resultados. ¿La clave? Una vez que se prueba el socialismo, es imposible abandonarlo cuando fracasa, como siempre sucede.

El intervencionismo siempre erosiona la prosperidad, socava la libertad y desestabiliza los mismos cimientos que los políticos dicen defender. Sin embargo, cuando los ciudadanos se dan cuenta de que han sido engañados, el poder de los políticos ya es demasiado grande.

La sentencia de Mamdani se basa en la idea de que la acción burocrática puede superar cualquier obstáculo por mera voluntad y, supuestamente, con recursos ilimitados. Sin embargo, la historia demuestra repetidamente que los intentos de imponer un control gubernamental excesivo han tenido consecuencias negativas. El gasto público está descontrolado y las administraciones intervencionistas se niegan a recortar gastos o equilibrar presupuestos. En cambio, aumentan el poder burocrático, apostando por un gasto ilimitado, a sabiendas de que los costos a largo plazo recaen sobre los ciudadanos y no sobre los políticos.

Los políticos se benefician del creciente poder del Estado; este incentivo perpetúa ciclos de intervención que dejan un rastro de deuda mientras los políticos cosechan los beneficios.

El socialismo tiene un único objetivo: el control. Su meta es crear ciudadanos dependientes que deban someterse a los políticos y permanecer en silencio por carecer de poder. Solo unos pocos con conexiones políticas prosperan a costa de la clase media, las pequeñas empresas y los trabajadores, quienes sufren las consecuencias de la inflación, los impuestos y la pérdida de oportunidades.

Los políticos socialistas siempre culpan a los ricos, pero estos no son su objetivo, ya que saben que pueden emigrar y establecerse en otro lugar. Lo que realmente buscan es destruir la clase media, porque los ciudadanos independientes y económicamente libres son críticos y no desean mayor intervención estatal. La clase media debe ser aniquilada y se debe crear una subclase dependiente.

La forma más fácil de acabar con la clase media es mediante un gasto estatal masivo en los llamados “planes de estímulo” que exprimen hasta la última gota a las pequeñas empresas y destruyen a la clase media a través de la inflación, los impuestos y la burocracia, dejando solo deuda y estancamiento.

Una de las consecuencias más destructivas de la intervención gubernamental es la inflación crónica. Rothbard explica cómo el gobierno, al emitir moneda para pagar déficits crecientes, impone un “impuesto oculto” a todo aquel que posee dinero o percibe un salario. A los políticos nunca les preocupan las deudas ni los déficits porque la inflación erosiona sigilosamente las obligaciones al devaluar la moneda, trasladando la carga financiera a las familias trabajadoras. Esta constante devaluación no es una fatalidad, sino una decisión política deliberada que permite a los estados vivir muy por encima de sus posibilidades, crecer y crear una subclase dependiente mediante la erosión del poder adquisitivo y el empobrecimiento de la sociedad.

Los gobiernos de las socialdemocracias han sobrepasado sus tres límites:

Límite económico: El intervencionismo gubernamental distorsiona los precios, debilita los salarios reales y pervierte los incentivos. Rothbard demuestra que la intervención estatal necesariamente conlleva una mala asignación de recursos, ya que no puede fijar precios racionales para bienes y servicios en ausencia de señales de mercado. El resultado es ineficiencia, despilfarro y pérdida de oportunidades para la innovación y la prosperidad.

Límite fiscal: Los intervencionistas operan bajo la ilusión de contar con recursos fiscales ilimitados, generando déficits crónicos y afirmando que pueden «estimular» las economías sin costo alguno. Sin embargo, a medida que aumentan las obligaciones del gobierno, los gastos por intereses se disparan, limitando el crecimiento y desplazando la inversión privada. Los aumentos de impuestos no son una herramienta para reducir la deuda, sino para justificarla, y el resultado final es el estancamiento y una crisis de deuda.

Límite inflacionario: Para financiar sus ambiciones, los estados imprimen cada vez más dinero, perpetuando la inflación. Ningún gobierno intervencionista reduce voluntariamente el gasto ni recorta la deuda; simplemente devalúan su moneda, erosionando el ahorro y los salarios. De este modo, minan la confianza en el dinero mismo, destruyendo la economía en poco tiempo.

En lugar de fomentar la igualdad, las oportunidades o la prosperidad, el intervencionismo estatal las erosiona. El socialismo, bajo el pretexto de proteger a los más vulnerables, destruye la clase media y empobrece aún más a los pobres. Las políticas que pretenden imponer la igualdad mediante la intervención solo generan un descenso de la desigualdad; las burocracias crecen mientras que la innovación y la productividad se estancan.

El control gubernamental no conduce al progreso, sino al estancamiento y a la destrucción de la moneda.

La inflación crónica, los desequilibrios fiscales y el estancamiento económico no se solucionan con la intervención gubernamental; esta los crea. Además, cuando los ciudadanos constatan el fracaso del socialismo, no pueden escapar de él.

Publicado originalmente en https://www.dlacalle.com: https://www.dlacalle.com/en/big-government-is-the-problem-not-the-solution/

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

Twitter: @dlacalle

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *