En las últimas décadas, el islamismo político ha perfeccionado una estrategia de infiltración cultural que, bajo la apariencia de diálogo y victimismo, busca erosionar los pilares del Occidente liberal: la libertad de expresión, la separación entre religión y Estado, y la igualdad de sexos. Esta táctica no se presenta con bombas o kalashnikovs, sino con trajes académicos, discursos en foros internacionales y alianzas oportunistas con progresismos ingenuos (o no tanto). Gramsci se fusiona con los Hermanos Musulmanes.

Su trayectoria intelectual y política puede trazarse desde las teorías poscoloniales de Edward Said, pasando por la takiya (concepto islámico que permite a un musulmán ocultar o negar su fe, o incluso mentir deliberadamente, cuando se encuentra en una situación de peligro) de Tariq Ramadan, hasta llegar a figuras contemporáneas como el alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani –una especie de Joker con sonrisa impostada a modo de mueca eterna–, cuyo ascenso en 2025 representa la culminación de un discurso denominado «poscolonial» que en realidad encubre la normalización de concesiones ideológicas amenazantes para la laicidad republicana. Un caballo de Troya del islam político en la ciudadela liberal.

No les une una conspiración explícita, sino un patrón de islamismo disfrazado que explota las debilidades democráticas para imponer agendas incompatibles con la libertad, el laicismo y el Estado de derecho, que está siendo sustituido por el califato islamista, en barrios europeos y norteamericanos ya no rigen las constituciones democráticas sino la ley islámica, las catequesis integristas en los centros públicos y un régimen alimenticio halal que impone subrepticiamente los ritos islámicos incluso a la hora del almuerzo. Próximamente, es probable que el THDE legalice la poligamia –con perspectiva de género, eso sí– y así los polígamos de Pakistán y Yemen podrán traer a Bruselas y Madrid sus cuatro esposas y dieciséis hijos. Si esto no es diversidad, equidad e inclusión progre-coránica, que venga Obama y lo vea.

Edward Said, el intelectual palestino-estadounidense fallecido en 2003, sentó las bases ideológicas de esta estrategia con su obra seminal Orientalismo de 1978. Said denunciaba la representación occidental de Oriente como exótica, atrasada y peligrosa, argumentando que era una herramienta del imperialismo para justificar la dominación. A primera vista, esto parece una crítica legítima al eurocentrismo. Sin embargo, el orientalismo saidiano no es solo análisis académico, sino que es un arma retórica que invierte la culpa: cualquier crítica al islam o a las sociedades musulmanas se etiqueta automáticamente como «islamofobia» y «delito de odio». De Irán a Arabia Saudí aplauden la estrategia sofista. La pasivo–agresividad de Said, formado en las élites antioccidentales de la Ivy League, donde se topó con Foucault –el filósofo de la ultraizquierda posmoderna que apoyó la revolución fundamentalista de Jomeini–, no es la de un islamista declarado, pero sí encubierto, siendo su marco poscolonial adoptado por yihadistas intelectuales para defender regímenes teocráticos y silenciar a disidentes como Ayaan Hirsi Ali o Salman Rushdie. Al demonizar la crítica occidental como racismo inherente, Said proporcionó el escudo perfecto para que el islamismo se infiltre sin ser cuestionado. Su legado no es la liberación, sino la censura disfrazada de empatía cultural. Fue este profesor del terror, como lo bautizó Edward Alexander en Commentary, uno de los principales responsables con sus críticas de que Arafat, al que llamó «traidor», no aceptase el pacto con los israelís en tiempos de Clinton.

De ahí surge Tariq Ramadan, el «intelectual musulmán moderado» por excelencia, nieto del fundador de los Hermanos Musulmanes, Hassan al-Banna. Ramadan encarnaba el islamismo sonriente y con corbata hasta que unas acusaciones de acoso sexual acabaron con su carrera. En público, predicaba integración, derechos humanos y un «islam europeo» compatible con la democracia. Pero sus escritos y grabaciones privadas revelan otra cara, comoel apoyo a la sharia como base ética. Usaba el lenguaje saidiano para acusar de racismo a quien critique el velo como machista o los matrimonios forzados, una práctica cultural más para los relativistas aliados de los islamistas, mientras promovía una «resistencia» con base en la Meca que erosiona la secularidad occidental afianzada en la Atenas clásica. En Francia, sus seguidores han presionado por menús halal en escuelas públicas y zonas «sensibles» («no go») donde incluso la policía teme entrar. En algunos países europeos ya se ha prohibido el ritual halal en los mataderos porque atenta contra los principios éticos del bienestarismo animal, pero en países como España los ecologistas miran hacia otro lado mientras los matarifes musulmanes degüellan sin aturdimiento. Ramadan no llama a la yihad armada; la hace innecesaria al conquistar terreno culturalmente, paso a paso. Esta herencia familiar de Hassan al-Banna –fundador en 1928 de los Hermanos Musulmanes, una organización que, como denuncia el documentalista británico Adam Curtis en The Power of Nightmares (2004), opera como un «Hermano Mayor islámico» (Islamist Big Brother) de control totalitario– revela el núcleo autoritario del movimiento. En esta serie de la BBC, Curtis desmonta la utopía totalitaria de al-Banna, quien soñaba con un califato global que reemplazara la democracia por una vanguardia élite, un sueño que Ramadan hereda y suaviza para Occidente, convirtiendo la vigilancia moral en «diálogo intercultural».

Este patrón llega a su expresión política en figuras como Zohran Mamdani, el demócrata de 34 años que se ha convertido en el primer alcalde musulmán de Nueva York. De origen indio aunque nacido en Uganda es hijo del académico poscolonial Mahmood Mamdani y la cineasta Mira Nair. Zohran creció en un entorno intelectual marcado por la influencia de Edward Said. El gramsciano asesor de Arafat les mostró que el Occidente liberal no podía ser destruido desde fuera, con malvados pero ingenuos atentados terroristas como los del 11S, así que en lugar de derribar rascacielos planteó hacerlo implosionar culturalmente desde dentro como Gramsci pretendía hacerlo desde la ultraizquierda, no al estilo brutal de las Brigadas Rojas, sino mediante la influencia cultural. Su padre, profesor en Columbia, ha sido acusado de ser uno de los «arquitectos del islamismo de izquierda» por relativizar el terrorismo en obras como Good Muslim, Bad Muslim, donde defiende reconocer a los terroristas suicidas como «libertadores» en un contexto de violencia política moderna. Vamos, como si fuesen igual de buenos Torquemada y Juan Luis Vives, Calvino y Erasmo de Rotterdam. Un victimismo cínico que conocemos muy bien en España encarnado en Otegi. Para el padre del actual alcalde de Nueva York, el jihadismo islamista no es una aberración religiosa islámica, sino una forma de resistencia armada contra el imperialismo, similar a otros movimientos anticoloniales. Que es como decir que ETA no es una aberración nacionalista vasca, sino una forma de resistencia armada contra el imperialismo español.

Zohran hereda esta narrativa: su campaña ha priorizado la «descolonización» de Nueva York, promoviendo eslóganes como «Globalizar la Intifada» con su connotación de incitación a la violencia, y rechazando condenar frases vistas como antisemitas bajo el pretexto de no «politizar el discurso». Por el lado de la izquierda marxistoide, publicó un tuti en el que exponía el lema distributivo de «de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades». Lo que, por el momento, no se aplica a sí mismo y su millonaria familia, pero sí va a empezar a realizar con los neoyorquinos. Islamista de izquierda, marxista que mira más a la Meca que a Moscú o La Habana, fusiona marxismo e islamismo, en sus versiones aparentemente light, para erosionar la identidad americana e ignorar el 11-S para victimizar a los musulmanes como los verdaderos oprimidos. De este modo, en Occidente se normalizan demandas que están creando guetos paralelos: segregación de sexos en espacios públicos, rechazo a la educación sexual laica o la categorización de celebraciones como Halloween de fiesta satánica. Su islamismo disfrazado no es teológico; es poscolonial y electoral, pero el resultado es el mismo: Occidente cede terreno a normas incompatibles con la Ilustración.

Esta cadena –de Said a Ramadan a Mamdani– ilustra un islamismo que no necesita mayorías para imponerse; basta con una minoría agresiva armada con sofisterías para explotar la culpa poscolonial, el multiculturalismo ingenuo y el cálculo político cínico. En España están llegando esta marea islamoizquierdista: ayuntamientos que financian mezquitas con fondos públicos mientras recortan en laicidad, o universidades que invitan a «expertos» ramadanianos para hablar de «islamofobia» al tiempo que censuran a intelectuales israelíes. El peligro no es el musulmán devoto y civilizado que vive su fe en privado, del que se reía el padre de Mandani en su libro, sino el activista que usa la democracia para destruirla desde dentro. La entronización del paradigma Said-Ramadan-Mamdani nos muestra que en Occidente la tolerancia se está convirtiendo en un suicidio cultural, una debacle política y una regresión ética.

Houellebecq imaginó en 2015 que un islamista llegaba al Palacio del Elíseo. Diez años después, un islamista es el sueño húmedo de los «progres» para conquistar la Casa Blanca. No puede ser el recientemente elegido alcalde de Nueva York porque nació en Uganda, y tampoco la radical Ilham Oman, hijabmediante, porque nació en Somalia. Veremos quién gana esta carrera por la islamización, Europa o EE.UU. Se nos ha quedado una semana estupenda para recuperar «Sumisión». En lugar de la Torre Eiffel bajo una media luna, imaginad en la portada una Estatua de la Libertad enfundada en un burka.

Publicado originalmente en Libertad Digital: https://www.libertaddigital.com/opinion/2025-11-08/santiago-navajas-el-islamoizquierdismo-ha-conquistado-nueva-york-7317749/

Dr. Santiago Navajas.- Profesor de Filosofía. Articulista en los diarios Vozpópuli y Libertad Digital, entre otros. Es autor de Manual de Filosofía en la pequeña pantalla (2011), De Nietzsche a Mourinho. Guía filosófica para tiempos de crisis (2012), El hombre tecnológico y el síndrome Blade Runner (2016)y el más reciente: El Pensamiento en Lucha(2024) entre otros libros.

Twitter: @santiagonavajas

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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