Una película que invita a la reflexión sobre la transición de la represión socialista a la libertad, entre nostalgia, el cambio y el redescubrimiento de la elección individual en la Alemania reunificada.

Con motivo del trigésimo quinto aniversario del derrumbamiento del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, se proyecta la película «¡Adiós, Lenin!» (2003), dirigida por Wolfgang Becker, sigue resonando como una profunda reflexión sobre la transformación de la Alemania del Este y el impacto de una revolución pacífica que cambió para siempre la faz de Europa.

A través de la historia de una familia de la RDA que se encuentra vivir los días inmediatamente posteriores a aquel acontecimiento, el director explora temas universales como la nostalgia la identidad y la transición de un sistema socialista a otro capitalista, con todas las complejidades que ello conlleva. Al relatar la ilusión que el joven Alex intenta mantener para proteger a su madre, ferviente partidaria del socialismo alemán, la película se convierte en un delicado relato sobre la libertad, la propiedad privada y el mercado en una sociedad reunificada.

De hecho, la caída del Muro no sólo marca el fin de un régimen, sino que es el símbolo de una liberación más amplia que abarca a toda Europa. «La RDA ha desaparecido tan rápidamente, como si nunca hubiera existido». Es una frase emblemática, que encierra la sensación de desconcierto y el significado histórico de un acontecimiento que marcó una época y transformó el mundo y millones de vidas.

Para la madre de Alex, la República Democrática Alemana es un lugar de ideales donde se garantiza la seguridad económica y social, aunque sea a costa de la libertad individual. Cuando despierta tras ocho meses en coma, su hijo se ve obligado a ocultarle la verdad por miedo a que el cambio sea demasiado para ella.

Esta ficción escénica se convierte en el reflejo de toda una generación que, durante años, había aceptado su propia falta de libertad a cambio de una seguridad ilusoria. La caída de la división saca a la luz el deseo de libertad y autodeterminación de los ciudadanos de la RDA, privados durante demasiado tiempo de la posibilidad de elegir y actuar según sus propias inclinaciones y voluntad. La libertad individual, siempre restringida bajo el régimen socialista, emerge ahora como la verdadera protagonista de la historia. Alex, para mantener la ilusión a su madre, reconstruye una falsa Alemania del Este dentro de su piso, pero es consciente de que «la verdad es algo complejo».

Uno de los cambios más significativos que muestra la película es el retorno de la propiedad privada y la llegada de los productos occidentales a las estanterías. Con la caída del régimen socialista, las marcas occidentales se convierten en el símbolo de una nueva era símbolo de una nueva era.

La propiedad privada, ausente en el régimen anterior, recobra así su valor y se convierte en símbolo de una libertad reencontrada. Alemania Oriental descubre así que poseer bienes e intercambiarlos libremente es una posibilidad que conlleva beneficios concretos y visibles. Como señaló John Locke, la propiedad privada es esencial para la libertad individual, ya que permite a los individuos tener control sobre los recursos de que disponen a su disposición. Y la película refleja este pensamiento, mostrando cómo la posibilidad de elegir y poseer productos es un símbolo de autonomía e identidad individual.

El contraste entre la economía planificada de la RDA y el libre mercado de la Alemania unificada es un tema central de la película. El sistema socialista de la primera, basado en la planificación centralizada, no permitía la innovación y el crecimiento económico real, sino que sólo garantizaba una estabilidad aparente. Con el derrumbamiento del muro, el libre mercado se impuso, aportando una variedad de productos y oportunidades que antes eran inimaginables. Sin embargo, como observa Alex, «nuestro pequeño país ha desaparecido del mapa para siempre para siempre», lo que demuestra que adaptarse al capitalismo no es fácil para todos.

En ¡Adiós, Lenin! la Alemania reunificada encarna así la posibilidad de una nueva libertad, gracias al mercado y las posibilidades de elección individual. Con un toque de ironía y profundidad, la reproducción cinematográfica sigue el difícil y delicado camino de un país y sus habitantes para recalibrar su identidad y su futuro. La reunificación no sólo ha derribado una barrera física sino que ha reabierto el acceso a una libertad de expresión y consumo que se había perdido, devolviendo a los ciudadanos la posibilidad de decidir por sí mismos.

Treinta y cinco años después de la caída del Muro de Berlín, es un recordatorio de cómo la libertad es un valor indispensable, incluso cuando conlleva retos e incertidumbres. La transición del socialismo al capitalismo ha sido, para millones de alemanes del Este, un retorno a la autodeterminación personal y colectiva, hecho posible por los principios del libre mercado y la propiedad privada, que dieron nueva dignidad y esperanza a quienes durante mucho tiempo habían visto limitadas sus aspiraciones.

En un contexto que respeta la libertad de elección y el derecho a la propiedad, la prosperidad no deriva de la coacción del Estado, sino de la posibilidad de perseguir libremente los propios objetivos. Como Ludwig von Mises: «Sólo en una economía de mercado los individuos pueden ser libres, porque sólo en ella tienen derecho a elegir y decidir por sí mismos, sin coacción».

Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.
Twitter: @sandroscoppa

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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