Vivimos tiempos en los que los colectivos han tomado todo aspecto de la juventud para apropiársela y dejar como marginados a los que piensan distinto, a los que se atreven a disentir.
Sin importar que los colectivistas lo nieguen, la batallas de las ideas se lleva a cabo en el escenario más global y visible: las redes sociales.
Las redes sociales se han vuelto un caldo fértil de cultivo para ideas que antaño se nos antojaban absurdas, como el terraplanismo, o nocivas, como el socialismo o el comunismo.
Los propagandistas y cabilderos de esas agendas han hecho un excelente trabajo volviendo atractivas esas ideas que antaño no sólo se nos hacían nocivas sino contrarias a la lógica y a la razón.
Las personas jóvenes son las más sensibles a estas ideas, buscan una identidad y sentirse afiliados a un grupo que los cobije: la individualidad es demasiado para mentes débiles que no están listas para la responsabilidad de hacerse cargo de sí mismos.
¿Por qué esta pasando esto?
Aunque no nos guste la respuesta, esto no es algo «que está pasando», es algo que siempre ha pasado, en todo momento histórico, los colectivistas toman por la fuerza el discurso público con una oratoria oligofrénica y apelando a las emociones y sentimientos de los que los escuchan.
Por naturaleza, las personas son más abiertas a los discursos que les llegan a lo emotivo, a las entrañas de las personas recordándoles que es mejor pensar con el corazón que con la razón.
Es difícil llegarle a la gente por la razón y por el entendimiento, algo que los liberales, libertarios y anarcocapitalistas constantemente fallan para comunicar.
Aquí resumo las tres razones por las que el colectivista arrebata de las manos a los hombres y mujeres razonables el discurso y se lo apropia para volverlo status quo:
1.- Sentimentalismo
Todos los colectivistas se valen de los sentimientos más nobles para arrear al hombre común a causas que ellos consideran justa: animalismo, ciclismo, veganismo.
Sus intenciones parecen ser honorables, pero detrás de ello usualmente hay ignorancia, activismo ramplón y sólo de consignas, y en muchas ocasiones no llega a políticas públicas que afecten de forma positiva al grueso de la población.
2.- Enfoque en problemas que sólo afectan a minorías.
El colectivista no está interesado realmente en mejorar su comunidad o su mundo. Su activismo pasó de ser algo con buenas intenciones (buscar adopciones homoparentales) a imposiciones por capricho, venganza o desquite.
Los colectivos que tienen más relevancia usualmente están creados para generar un impacto que se ha probado muy pobre dentro de las mismas comunidades a las que buscan beneficiar.
Usualmente se valen del estado para obligar o imponer a la mayoría sus ideas, buscan aliarse con otros que pertenezcan a esas minorías para buscar validación.
Este fenómeno se ha extendido de forma dramática hasta llegar a influenciadores de opinión y éstos validen sus absurdas o poco realistas «luchas»
En la gran mayoría de ocasiones, el influenciador de opinión (artista, cantante, figura pública) es ignorante acerca de las consecuencias nocivas que conlleva su activismo mal informado. Este influenciador de opinión atrae mucha más gente a esas causas y se vuelve una masa crítica de personas que creen en una causa aunque ésta esté probada como equivocada (terraplanismo, calentamiento global, socialismo)
3.- Apoyo de lobbies dentro del estado.
Aunque muchos de ellos no lo sepan, los colectivos se vuelven grupos de choque e incluso clientela electoral que es manejada al capricho de políticos que de forma conveniente abrazan las causas del colectivo.
Muchos políticos han encontrado en los amplios rebaños de los colectivos, el público ideal para lanzar otras agendas y colocar y posicionar políticos para fines muy diferentes a los del colectivo original.
Así es como vemos a grupos de homosexuales apoyando el socialismo y la figura del Ché Guevara.